La cría by Pablo Rivero

La cría by Pablo Rivero

autor:Pablo Rivero [Rivero, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-04-07T00:00:00+00:00


Odiaba con todas sus fuerzas los tirones que le daba su madre cuando le estiraba el pelo con el cepillo y el secador para dejárselo lo más liso posible.

—¡Aaah, mamá, duele! —exclamó Judith cuando ya no pudo aguantar más.

—Cariño, lo hago por ti. Para que te vean distinta, ya saben cómo te quedan los bucles de siempre. Igual esto les ayuda a decidirse. ¡Mira, si te llega por la cintura, parece que lo tienes mucho más largo!

Una vez lista, Judith esperaba en el descansillo de su casa, frente a la puerta de entrada, junto a su madre, que le iba dando de beber de un termo con pajita. La niña estaba de pie, quieta, con las piernas juntas y las manos entrelazadas.

—Es que no quiero más, no me gusta.

—Un sorbito más, que te va a venir bien. Son vitaminas para ser una chica grande y fuerte. Venga, que si no no hay premio hoy.

La niña obedeció y dio el último sorbo. Cuando llamaron al telefonillo, Adriana contestó con entusiasmo.

—¡Ya vamos!

Judith salió detrás de su madre sin rechistar. En cuanto puso un pie en la calle y vio el coche que las venía a recoger, le empezaron a temblar las piernas porque sabía todo lo que vendría a continuación, y solo de pensar en el enorme conejo que se le echaba siempre encima se ponía mala, literalmente. Ambas entraron a la parte trasera, se sentaron y se sorprendieron al ver que no había nadie al volante. El coche estaba con el motor puesto, pero no había rastro de Zeus, el chico de producción que solía ir a buscarlas. Adriana miró por las ventanas laterales para comprobar si es que había salido un momento y no se habían dado cuenta, pero no había nadie. Judith estaba sentada, mirando al frente, desconcertada pero contenta a la vez: si no había venido el conductor, ¿significaba que se cancelaba todo y podría ir al cole con sus amigas? Entonces echó la cabeza un poco hacia delante y de golpe apareció frente a ellas un hombre con la máscara de peluche blanco de Sweet Bunny, con sus profundos ojos negros y rasgados y sus enormes dientes. Judith y su madre empezaron a gritar. Adriana casi se muere de un infarto. El grito de la niña pronto se transformó en llanto. Estaba muy nerviosa y respiraba entrecortadamente, como si tuviera un ataque de ansiedad. El hombre se quitó la máscara: era Zeus, con su pelo revuelto, sus pecas y su cara amable.

—¡Ey, no llores! Que era una broma… Estaba escondido para daros un susto. No pensé que te fueras a poner así. Soy yo, Zeus, me han dejado el disfraz porque Elvira dice que es bueno que te acostumbres a verlo. Pensé que sería gracioso, pero ya veo que no ha sido buena idea, perdona. Lo siento mucho.

El chico se excusaba de la mejor manera posible, pero Judith no lo escuchaba, seguía llorando sin parar. Al final Adriana la abrazó y la sacó del coche. Cuando se



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